Él no tiene idea y me pregunta. No entiende, no tiene como saber porque esa historia sucedió durante una pausa y nuestros paréntesis son así. Completos. Concretos. Absolutos. Un saludo por algún cumpleaños, un meneo de manos al cruzarnos en una esquina, un prolijo intercambio de palabras al coincidir en un club o una escuela . Pero todo, siempre, con absoluta diplomacia. Hay un acuerdo tácito. Los dos controlamos el abrazo postergado hasta que el momento sea el adecuado pero ambos cumplimos con el saludo protocolar. Ay, que dolor de cuerpo y de espíritu el día en que prefirió mirar el suelo y esquiar mi vista. Ay, que atrocidad la mía cuando necesité un paréntesis y no avisé de buena manera.

Nos costó media vida aprendernos y nos enseñamos tanto el uno del otro que parece mentira que hayamos tenido varios intervalos. No entiendo cómo funciona, me dijo una amiga hace años. Yo tampoco comprendo, sospecho que él no tendría respuesta. Eso sí. Hay un par de elementos fundamentales. Nos queremos desde la primer sonrisa, nos abrazamos mucho y bien, hemos hablado todo y más, desde diferentes lugares hasta que dejó de doler y estamos ahí, todas las veces. Aún cuando no nos vemos estamos, los dos, a una llamada de distancia.